La mayoría de los dolores faciales tienen que ver con la boca o sus estructuras asociadas (dolor bucofacial).
Ante la concurrencia de alguno de estos dolores será prioritario descartar cualquier enfermedad que lo genere, pues procesos tumorales u otras enfermedades, como la esclerosis múltiple, pueden debutar con dolor irradiado a la cara.
La revisión por parte de un neurólogo es obligada, y tras una exploración clínica éste prescribirá las pruebas diagnósticas pertinentes.
¿Qué es el dolor facial?
El dolor o algia facial constituye un síndrome doloroso localizado en las estructuras cráneo faciales, bajo el cual se agrupan un gran número de enfermedades en las que se incluyen patologías neurales periféricas o centrales, intraorales (dientes, maxilar superior, periodoncio y mandíbula), nariz y cavidades paranasales, ojos y oídos, ligamentos, músculos de la cabeza y vasos sanguíneos; así como también, de la articulación temporomandibular.
Se entiende por dolor facial crónico aquel que tiene, al menos, seis meses de evolución (1).
Tipos de dolor
Es fundamental tener un buen diagnóstico pues son varios los tipos de dolor facial, cada uno con sus particularidades terapéuticas: un buen diagnóstico nos acercará a un tratamiento más adecuado.
Una vez que se haya descartado una causa neurológica, otros especialistas, como el otorrinolaringólogo o el dentista tendrán que determinar si pudiera tratarse de algún problema relacionado con otras estructuras.
El dentista es especialmente importante, ya que la mayoría de los dolores faciales se relacionan con los dientes, su sistema de sujeción (sistema periodontal), la articulación de la mandíbula o los músculos de la cara y el cráneo.
Si una vez descartado cualquier proceso que justifique el dolor éste persiste, lo mejor es que el paciente sea remitido a una Unidad del Dolor, preferiblemente con un equipo multidisciplinar y un experto en dolor craneofacial.
Los dolores faciales más relevantes son:
Referencias:
1.-M.T. Montgomery. Extraoral facial pain. Emerg Med Clin NorthAm, 18 (2000), pp. 577-600