El dolor lumbar crónico es muy frecuente, ya que afecta en torno al 80% de la población1
Posiblemente se trate del dolor más común de la humanidad, y es una de las causas más comunes de consulta, tanto en medicina general como en clínicas especializadas, con el coste y el impacto social que ello conlleva.2
El dolor lumbar es el dolor que nace en la parte inferior de la espalda y la cintura y puede ser tanto de evolución aguda como crónica.
En nuestro caso, vamos a centrarnos en el dolor lumbar crónico.
Aunque puede ser causado por espasmos musculares o distención de músculos y ligamentos.
En la mayoría de los casos, se trata de lumbalgia crónica inespecífica, que es aquella cuya causa no está clara.
Es responsable del 11,4% del total de incapacidades transitorias en España,3 con un coste de unos 66 millones de euros.4
Lo más frecuente es que cuando el dolor lumbar es crónico se extienda, dificultando la identificación de su origen principal.
Conocer qué estructura está peor es imprescindible para organizar un tratamiento eficaz.
En muchos casos, el dolor lumbar no se correlaciona con los resultados de las resonancias
A veces el dolor se refleja, y la zona dolorida no tiene porqué coincidir con daños antiguos que se vean en los estudios con radiografías, resonancias, tomografías, etc.
A pesar de los avances en técnicas como la Resonancia Nuclear Magnética, en la mayoría de los casos, la imagen no se correlaciona con el dolor. “El dolor no se ve, hay que explorarlo”.
Se ha demostrado en varios estudios que incluso cuando se objetivan anomalías anatómicas, como protrusiones discales, éstas pueden no corresponder con el dolor y la limitación funcional que se sufre.
En 1994 se llevó a cabo un estudio mediante el cual dos radiólogos independientes realizaron resonancias a 98 personas sin dolor, que sin embargo presentaban deterioros evidentes en la columna.
Solamente el 36% de las personas sin dolor tienen la “columna perfecta”.5
En otro trabajo similar se hicieron resonancias a 63 voluntarios sin dolor cervical, y hasta el 19% presentaba anormalidades, como protrusones, hernias o estenosis foraminales.6
En este escenario, algunos autores consideran que los factores esqueléticos podrían no ser los más determinantes, suponiendo que una constitución genética sería más importante.7
Sabemos que en determinados pacientes con dolor crónico, como los que padecen de lumbalgia, habrá que considerar fenómenos neuroinflamatorios y de sensibilización central.
Son casos en los que el procesamiento de la señal dolorosa en el sistema nervioso central hace que ésta se viva de manera amplificada… “tengo lo mismo que mi vecino, pero a mí me duele más”, pues mi sistema nervioso así lo interpreta.8
En base a estas investigaciones, los expertos aconsejan cautela a la hora de planificar tratamientos invasivos, como la cirugía.
Recomiendan un plan de tratamiento multidisciplinar, escalonando las intervenciones, comenzando por la menos agresiva, como la ozonoterapia paravertebral.
Un estudio del 2006 reveló este tipo de alteraciones en el procesamiento del dolor, de manera que bajo un mismo nivel de estímulo doloroso (especialmente por presión), en los pacientes con lumbalgia se captaba mayor activación neuronal que en los controles.
Mediante resonancia nuclear magnética funcional, se registró una menor perfusión cerebral en la sustancia gris periacueductal, una de las zonas clave en la gestión de los mecanismos imhibitorios.9
REFERENCIAS